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Ramón López Velarde

Ramón Modesto López Velarde Berumen nació en Jerez, Zacatecas el 15 de Junio de 1888. Sus padres fueron José López Velarde y Trinidad Berumen Llamas.

Fue autor de “La Suave Patria”, que es considerado el poema nacional de México.

En 1900 inició sus estudios en el Seminario Conciliar de su estado natal para posteriormente continuarlos en Aguascalientes. Sin embargo, eventualmente decidió dejar un posible futuro como sacerdote y optó, en su lugar, por estudiar la carrera de Leyes.

Apoyó abiertamente las exigencias de reformas políticas de Francisco I. Madero, a quien conoció personalmente en 1910. En 1911 se tituló como abogado y tomó posesión como juez de primera instancia en el pueblito de Venado, en San Luis Potosí. A finales de ese año dejó su puesto para trasladarse a la Ciudad de México, pensando que Madero, el nuevo presidente, le daría un puesto de confianza.

En 1912, Eduardo J. Correa lo contacta para colaborar en el diario católico de Ciudad de México “La Nación”, donde Velarde escribió poemas, reseñas y muchos artículos políticos sobre la nueva situación de México. En ellos criticó, entre otros, a Emiliano Zapata. Abandonó el periódico poco antes de que el poder fuera usurpado por Victoriano Huerta, para trasladarse nuevamente a San Luis Potosí.

Posteriormente, en el año de 1915, López Velarde comienza a escribir sus poemas más personales, marcados por la añoranza de su Jerez natal (al que ya nunca regresaría) y de su primer amor e inspiración: Josefa de los Ríos, “Fuensanta".

En 1916 publica su primer libro, “La sangre devota”, que dedica a "los espíritus" de los poetas mexicanos Manuel Gutiérrez Nájera, Manuel José Othón y por supuesto a su musa. El libro recibió una buena aceptación por los medios literarios mexicanos. En este poemario está muy presente la liturgia católica, asociada al mundo idealizado de su infancia provinciana. Cabe destacar entre los poemas de esta colección "Viaje al Terruño”, una ensoñación sobre el regreso a la infancia; así como "Mi prima Águeda", que describe a este personaje: una mujer que guarda luto durante muchos años.

En 1917 muere "Fuensanta", su amor de juventud.                

En 1919 López Velarde comienza a preparar su siguiente libro, Zozobra, dedicado a su amante Margarita Quijano. Este poemario es considerado por gran parte de la crítica como su mejor obra. Zozobra consta de un total de cuarenta poemas y abre con “Hoy como nunca”, una despedida a Fuensanta y a Jerez, para terminar con “Humildemente”, retorno simbólico a sus orígenes.

Más adelante, publica artículos en dos revistas promovidas por Vasconcelos: México Moderno y El Maestro. En este último apareció un breve ensayo muy significativo, "Novedad de la Patria", donde Velarde expone las ideas que desarrollará en su poema más famoso, y que le valió ser considerado poeta nacional de México: "La Suave Patria".

Murió el 19 de junio de 1921, poco después de cumplir los treinta y tres años. La causa oficial de su muerte, según el certificado de defunción, fue una bronconeumonía.

Dejó un libro inédito, “El son del corazón”, que no se publicaría hasta 1932. Un libro de prosa, “El minutero”, sería también editado por sus deudos póstumamente, en 1923.

A pesar de la brevedad de su vida y obra, la importancia que López Velarde ha ejercido en la poesía moderna es indiscutible. Tras su muerte, a instancias de José Vasconcelos se le otorgaron honores como poeta nacional, y su obra (especialmente “La suave patria”) fue exaltada como expresión suprema de la nueva mexicanidad nacida de la Revolución. La revista “Contemporáneos” lo consideró, junto con José Juan Tablada, el comienzo de la poesía moderna mexicana.

La suave patria

PROEMIO

Yo que sólo canté de la exquisita
partitura del íntimo decoro,
alzo hoy la voz a la mitad del foro
a la manera del tenor que imita
la gutural modulación del bajo
para cortar a la epopeya un gajo.

Navegaré por las olas civiles
con remos que no pesan, porque van
como los brazos del correo chuan
que remaba la Mancha con fusiles.

Diré con una épica sordina:
la Patria es impecable y diamantina.

Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.

PRIMER ACTO

Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.

El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros del petróleo el diablo.

Sobre tu Capital, cada hora vuela
ojerosa y pintada, en carretela;
y en tu provincia, del reloj en vela
que rondan los palomos colipavos,
las campanadas caen como centavos.

Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.

Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.

Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.

¿Quién, en la noche que asusta a la rana,
no miró, antes de saber del vicio,
del brazo de su novia, la galana
pólvora de los juegos de artificio?

Suave Patria: en tu tórrido festín
luces policromías de delfín,
y con tu pelo rubio se desposa
el alma, equilibrista chuparrosa,
y a tus dos trenzas de tabaco sabe
ofrendar aguamiel toda mi briosa
raza de bailadores de jarabe.

Tu barro suena a plata, y en tu puño
su sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos se vacía
el santo olor de la panadería.

Cuando nacemos, nos regalas notas,
después, un paraíso de compotas,
y luego te regalas toda entera
suave Patria, alacena y pajarera.

Al triste y al feliz dices que sí,
que en tu lengua de amor prueben de ti
la picadura del ajonjolí.

¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena
de deleites frenéticos nos llena!

Trueno de nuestras nubes, que nos baña
de locura, enloquece a la montaña,
requiebra a la mujer, sana al lunático,
incorpora a los muertos, pide el Viático,
y al fin derrumba las madererías
de Dios, sobre las tierras labrantías.

Trueno del temporal: oigo en tus quejas
crujir los esqueletos en parejas,
oigo lo que se fue, lo que aún no toco
y la hora actual con su vientre de coco.
Y oigo en el brinco de tu ida y venida,
oh trueno, la ruleta de mi vida.

INTERMEDIO

(Cuauhtémoc)

Joven abuelo: escúchame loarte,
único héroe a la altura del arte.

Anacrónicamente, absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal;
al idioma del blanco, tú lo imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena el victorial
zócalo de cenizas de tus plantas.

No como a César el rubor patricio
te cubre el rostro en medio del suplicio;
tu cabeza desnuda se nos queda,
hemisféricamente de moneda.

Moneda espiritual en que se fragua
todo lo que sufriste: la piragua
prisionera , al azoro de tus crías,
el sollozar de tus mitologías,
la Malinche, los ídolos a nado,
y por encima, haberte desatado
del pecho curvo de la emperatriz
como del pecho de una codorniz.

SEGUNDO ACTO

Suave Patria: tú vales por el río
de las virtudes de tu mujerío.
Tus hijas atraviesan como hadas,
o destilando un invisible alcohol,
vestidas con las redes de tu sol,
cruzan como botellas alambradas.

Suave Patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito;
como a niña que asoma por la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.

Inaccesible al deshonor, floreces;
creeré en ti, mientras una mejicana
en su tápalo lleve los dobleces
de la tienda, a las seis de la mañana,
y al estrenar su lujo, quede lleno
el país, del aroma del estreno.

Como la sota moza, Patria mía,
en piso de metal, vives al día,
de milagros, como la lotería.

Tu imagen, el Palacio Nacional,
con tu misma grandeza y con tu igual
estatura de niño y de dedal.

Te dará, frente al hambre y al obús,
un higo San Felipe de Jesús.

Suave Patria, vendedora de chía:
quiero raptarte en la cuaresma opaca,
sobre un garañón, y con matraca,
y entre los tiros de la policía.

Tus entrañas no niegan un asilo
para el ave que el párvulo sepulta
en una caja de carretes de hilo,
y nuestra juventud, llorando, oculta
dentro de ti el cadáver hecho poma
de aves que hablan nuestro mismo idioma.

Si me ahogo en tus julios, a mí baja
desde el vergel de tu peinado denso
frescura de rebozo y de tinaja,
y si tirito, dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso
y en tus carnosos labios de rompope.

Por tu balcón de palmas bendecidas
el Domingo de Ramos, yo desfilo
lleno de sombra, porque tú trepidas.

Quieren morir tu ánima y tu estilo,
cual muriéndose van las cantadoras
que en las ferias, con el bravío pecho
empitonando la camisa, han hecho
la lujuria y el ritmo de las horas.

Patria, te doy de tu dicha la clave:
sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;
cincuenta veces es igual el AVE
taladrada en el hilo del rosario,
y es más feliz que tú, Patria suave.

Sé igual y fiel; pupilas de abandono;
sedienta voz, la trigarante faja
en tus pechugas al vapor; y un trono
a la intemperie, cual una sonaja:
la carretera alegórica de paja.

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