Felipe de Jesús Ángeles Ramírez (Zacualtipán, Hidalgo, 1868 - Chihuahua, Chihuahua, 1919) fue un militar y héroe popular de la Revolución mexicana.
Hijo de Felipe Ángeles –un pequeño agricultor que alcanzó el grado de coronel luchando contra las intervenciones extranjeras de 1847 y 1862- y de Juana Ramírez, nació el 13 de junio de 1869 en Molango (otros señalan Zacualtipán), Hidalgo. Hizo sus estudios primarios en Huejutla, de donde pasó a la Escuela de Molango y posteriormente al Instituto Literario de Pachuca. Gracias a una beca que Porfirio Díaz le concedió por los méritos de su padre durante la lucha contra la intervención francesa, ingresó al Colegio Militar a la edad de 14 años, el 26 de enero de 1883.
A la vez tímido e inteligente, Ángeles se distinguió como un alumno sobresaliente, especialmente en matemáticas y ciencias físicas.
Se graduó como teniente de plana mayor facultativo de ingenieros el 29 de noviembre de 1892. Pasó al servicio activo y dos años más tarde regresó al Colegio a hacer un curso de Artillería, a cuyo término fue ascendido a capitán segundo de plana mayor facultativo de Artillería.
Desde muy joven se convirtió en uno de los mejores profesores del Colegio Militar, del Colegio Militar de Aspirantes, de la Escuela Nacional Preparatoria y de la Escuela de Tiro, de la que llegó a ser director. Fue enviado a los Estados Unidos a realizar estudios de artillería. Tuvo la fama bien ganada de ser uno de los mejores oficiales del ejército, lo que le valió ser ascendido a mayor.
También se destacó por su talante humanitario, lo que lo llevó incluso a formular críticas al soldado arbitrario y brutal, pronunciándose como cadete por un hombre de armas apegado a la legalidad y a las obligaciones institucionales, en una ceremonia de premiación con asistencia de Porfirio Díaz: “(la censura para) el soldado de perfil rufianesco, arbitrario y brutal, y el elogio del hombre dedicado al servicio de las armas, apto para someterse al principio de la legalidad y consciente de sus altas obligaciones para establecer el imperio de la vida institucional”.
Más tarde, llegó incluso a mostrar su inconformidad ante las injusticias cometidas por el ejército contra los yaquis y ante el favoritismo como eje de las promociones en el ejército.
Según Friedrich Katz (Pancho Villa) en 1902, Ángeles formó parte de comisión que viajó a Francia para comprar piezas de artillería para el ejército mexicano, pero fue regresado a México de inmediato, por oponerse al enriquecido general Manuel Mondragón que exigía 25% de sobreprecio a la casa Krupp en la compra de los cañones. Después de que también rechazó por razones técnicas la compra de un nuevo tipo de pólvora, que en realidad era un negocio más, Ángeles fue excluido de las compras que realizaba el ejército.
En 1905, ya con el grado de teniente coronel, fue enviado a Francia para hacer estudios en la Escuela de Aplicación de Fontainebleau y en la de Tiro de Mailly. En 1908 obtuvo el grado de Coronel Técnico de Artillería.
En diciembre de 1911, fue designado por el presidente Madero, Jefe del 1er Regimiento de Artillería, el 8 de enero del siguiente año, director del Colegio Militar, el 2 de junio del mismo año, ascendió a general brigadier y el 3 de agosto siguiente, sin dejar la dirección del Colegio, fue nombrado Jefe Interino de la 7ª Zona Militar en Morelos, responsable de la campaña contra el zapatismo, al mando de dos generales, 35 jefes, 213 oficiales y 4,000 efectivos de tropa.
Aunque conservó una estrategia similar a sus antecesores, de mantener guarniciones competentes en los puntos de importancia y de perseguir a los zapatistas con columnas “volantes” que hacían continuos recorridos por el territorio morelense, Ángeles se empeñó en usar métodos conciliadores y en evitar los excesos en que habían incurrido quienes le habían precedido, en lo que llamó "la política mía de amor y reconstrucción". Años más tarde, en un escrito titulado “Genovevo de la O” (general zapatista oriundo de Santa María Ahuacatitlán que acompañaría a Obregón en su entrada triunfal a la capital en 1920), reconoció tanto la capacidad de este jefe guerrillero, como la justicia de su causa; denunció la quema de pueblos, la concentración de la población, la leva y los ahorcamientos como medios extremos y crueles empleados por Juvencio Robles y Adolfo Jiménez Castro, y recordó que su actitud humanitaria con los rebeldes le permitiría el trato con Zapata durante el gobierno de la Convención.
Al sobrevenir la Decena Trágica en 1913, Madero fue a Morelos personalmente para buscar la ayuda del general Ángeles, quien acudió en su auxilio. Madero no le dio el mando debido a que respetó la jerarquía de Victoriano Huerta, pero sí operó contra la Ciudadela. Al consumarse la traición de Huerta, Ángeles fue aprehendido al mismo tiempo que Madero y Pino Suárez por órdenes del general Aureliano Blanquet; cesado en los dos cargos que ocupaba, fue nombrado Agregado Militar en Bélgica. Pero después fue encarcelado en Santiago Tlatelolco, acusado de haber ordenado el fusilamiento de un menor durante la “decena trágica” y también del ajusticiamiento de un ciudadano francés. Logró salvar la vida por su ascendencia en el ejército, pero fue desterrado mediante su envío a una comisión militar en Francia, para hacer estudios de materiales de artillería.
En Europa se puso en contacto con Miguel Díaz Lombardo, representante del movimiento constitucionalista. Entonces regresó secretamente al país el 16 de octubre de 1913, y se presentó ante Venustiano Carranza en Sonora. El Primer Jefe lo nombró subsecretario de Guerra; no alcanzó el máximo cargo de guerra en ese entonces por la decidida oposición de los generales revolucionarios, que veían con recelo a un miembro del antiguo ejército federal.
Debido a que consideraba que Carranza no se apegaba al espíritu legalista y democrático de Madero, Ángeles terminó distanciándose de Carranza y uniéndose a las fuerzas de Francisco Villa, a las que se incorporó como comandante de artillería de la División del Norte. Además de cultivar una muy buena relación con el Centauro del Norte, tuvo una participación muy destacada en batallas como las de Torreón en 1914, San Pedro de las Colonias, Paredón, Zacatecas y Ramos Arizpe. En la de Paredón planeo y dirigió la más espectacular carga de caballería en la que participaron ocho mil jinetes, que en media hora pusieron en fuga a las tropas del usurpador.
Tras la derrota de Huerta, se profundizó la división entre Carranza y Villa. Ángeles no se mantuvo al margen de la disputa y produjo una serie de textos en la que defendía a la División del Norte.
Promovió la Convención de Aguascalientes, a la que asistió como representante de Villa. Ahí logró la participación de los zapatistas, y votó por el retiro de Carranza como Primer Jefe. Entonces vino el choque entre villistas y carrancistas. Avanzó a la Ciudad de México, a la que entró el 2 de diciembre de 1914 al frente de la vanguardia villista. Al fracasar el gobierno de la Convención partió hacia el noroeste al frente de las fuerzas convencionistas. Ocupó por unos cuantos días la gubernatura de Coahuila. Ángeles participó en las batallas de Celaya y León, en las que Villa, que había desoído sus consejos, resultó derrotado.
Al triunfo del carrancismo, Ángeles partió a los Estados Unidos con la ayuda del exgobernador de Sonora, José María Maytorena. Ahí se dedicó a organizar a los desterrados políticos opositores a Carranza; de esa forma llegó a formar parte del comité ejecutivo de la Alianza Liberal Mexicana como Vocal. “Sepan que en el destierro pasaré mi vida entera, antes de inclinar la frente, o que moriré ahorcado de un árbol, a manos de un huertista o un carrancista, por el delito capital de odiar las dictaduras; o que algún día colaboraré con éxito en conquistar la libertad y la justicia para todos, aun para ellos”. Al mismo tiempo escribió varios artículos en los que atacaba a Carranza y explicaba su nueva definición ideológica. Basado en su lectura de algunas obras de Marx y Engels, terminó por autodenominarse como un socialista evolutivo. Empero, consideró que por ser un país tan atrasado, México aún no estaba preparado para el cambio; al mismo tiempo se pronunció como defensor de la Constitución de 1857 y de la causa democrática de Madero.
Sin duda, el general Ángeles fue un personaje polémico. A lo largo de su actuación, se le acusó de ser un oportunista reaccionario que lo mismo luchaba o se aliaba con Zapata o Maytorena; que combatía al lado de los revolucionarios pero intentaba una reconciliación con el ejército federal; que no apoyó a Carranza en contra de la invasión norteamericana de Veracruz por simpatizar con Estados Unidos; que abandonó a Villa tras la derrota de 1915, pero después trató de que encabezara una alianza reaccionaria; que en el fondo, lo que verdaderamente ambicionaba era ser presidente de la República y restablecer algún tipo de orden conservador con ayuda de los restos del ejército federal.
Según Katz, ya citado, esta conducta, de visos claroscuros, puede explicarse porque Ángeles: "Tenía una ideología coherente, que intentó llevar a la práctica. Era un socialdemócrata moderado, en un país en que no existía un partido de esa orientación. Como todos los socialdemócratas moderados, creía en la democracia, en la necesidad de llevar a cabo reformas sociales y económicas profundas que, sin embargo, debían implementarse gradualmente. A pesar de ser un militar, cuyo oficio era matar, era un humanista que tenía más respeto a la vida humana que ningún otro dirigente de la revolución mexicana, con la posible excepción de Madero. Practicar esa política en un país sin partidos políticos ni tradición de organización política moderna era tarea digna de don Quijote, figura literaria con la que, de hecho, Ángeles se identificaba mucho. Creía que podía lograr sus objetivos a través de líderes populares como Villa y Zapata... Por encima de todo, estaba convencido de que cuanto más estrechas fueran las relaciones de Villa con el gobierno de Wilson, al que consideraba típicamente socialdemócrata, más fácilmente se convertiría en un reformador que, por lo menos, permitiera la democracia y llevara a cabo las profundas reformas sociales que el país requería".
Ángeles regresó al país porque le obsesionaba la idea de que los norteamericanos invadirían México tras triunfar en la guerra europea. El 11 de diciembre de 1918, se reincorporó al villismo con la nueva bandera de la Alianza Liberal Mexicana, cuyo propósito era unir a todos los rebeldes, -villistas, zapatistas, maderistas, porfiristas, felicistas-, en un gran frente amplio para derrocar a Carranza, instaurar la paz, la democracia, el respeto a la propiedad y a la religión, y las buenas relaciones con los Estados Unidos. Así lanzó el Plan de Río Florido, que propuso el regreso a la Constitución de 1857, entre otras cosas, el cual fue aceptado por Villa, pese a su carácter retrógrado. En lo que Villa no consintió fue en organizar otra vez un gran ejército como le sugirió Ángeles, quien poco dispuesto a adaptarse a la guerra de guerrillas, se dedicó a predicar sus ideas políticas en las plazas públicas de los pueblos por los que pasaba.
Cuando en 1919, Villa reanudó su actividad guerrillera y atacó algunas ciudades de Chihuahua, como Moctezuma e Hidalgo del Parral, Ángeles trató de dar al villismo un "rostro humano" para cambiar su imagen violenta; confiaba en que si Wilson rechazaba a Villa por sus excesos, sí lo aceptaría a él, como dirigente de unidad nacional. Logró que Villa refrenara sus abusos y fusilamientos, y hasta que liberara a soldados carrancistas prisioneros, como él mismo Ángeles lo hizo con tres mil de ellos capturados tras vencer en la batalla de Monterrey. No obstante tuvo varios desacuerdos graves con Villa, como el suscitado por la orden de dar muerte al padre y a los hermanos del finado general carrancista Maclovio Herrera, acusados de encabezar las defensas sociales que para entonces combatían a los villistas.
Ángeles terminó separándose de Villa por su decisión unilateral de tomar Ciudad Juárez el 15 de junio de 1919, de la que resultó una gran derrota porque al vencer a los carrancistas y ocupar la ciudad, el general norteamericano E. B. Erwing, con el pretexto de que habían caído proyectiles sobre El Paso, Texas, hizo cruzar la frontera a sus soldados para combatir a los villistas y que los cañones del Fuerte Bliss dispararan contra el puesto de mando del propio general Villa, quien tuvo que abandonar su presa y retirarse a Durango. Sintiéndose traicionado, Villa amenazó con matar a todo yanqui que encontrara y destruir sus propiedades. Aunque no lo hizo, Ángeles se convenció que Villa nunca volvería a gozar de las simpatías de los Estados Unidos, por lo que sintió que había fracasado rotundamente en sus intentos. Tampoco logró unificar a los rebeldes anticarrancistas, ni organizar disciplinadamente a los villistas. Corrían ya otros tiempos. Se separó de las fuerzas del Centauro del Norte, quedando al mando de sólo doce hombres, huyó a la sierra.
Vencido y aislado, merced a la traición de Félix Salas, Ángeles fue aprehendido junto con cuatro de sus seguidores, en una cueva del Cerro de las Moras, Cañón de San Tomé, Valle de los Olivos, en el estado de Chihuahua, el 15 de noviembre de 1919. Sus captores, antiguos villistas convertidos en miembros civiles de las defensas sociales de la entidad, recibieron diez mil pesos de gratificación.
Al ser capturado vivo por el exvillista Gabino Sandoval, Ángeles no podía ser ejecutado sumariamente como lo fue su escolta, sin que el gobierno de Carranza recibiera el repudio de la opinión pública nacional e internacional, ya escandalizada por el reciente asesinato de Zapata. Por eso se ordenó su consignación ante un tribunal militar que ordenara su muerte de manera "legal".
Multitudes de simpatizantes acudieron a recibir a Ángeles a su paso por las estaciones de ferrocarril rumbo al lugar de su "juicio". No se tuvo en cuenta que la humanidad y la relativa pobreza de Ángeles, contrastaba con la fama pública de los generales carrancistas que lo sacrificarían.
Fue conducido a la capital de Chihuahua, donde en el Teatro de los Héroes, el 24 de noviembre siguiente, se le formó consejo extraordinario de guerra integrado por los generales Gabriel Gavira, Miguel Acosta, Fernando Peraldi, Silvino M. García y J. Gonzalo Escobar. Durante los dos días que duró el juicio, los cuatro mil asientos del teatro se llenaron y afuera permanecieron miles de personas, que en su mayoría reconocían los mérito del general exvillista.
La defensa legal se basó en que no procedía un juicio militar, sino civil, porque Ángeles había dejado el ejército; en que no había combatido, sólo actuado como consejero de Villa y refrenado sus excesos; y en que se había entregado sin resistir. La defensa política estuvo a cargo del propio Ángeles: regreso a México a tratar de lograr la paz y la conciliación; sirvió a Villa porque había en él un lado bueno, como lo demostró como gobernador y como jefe de la División del Norte, fue Carranza quien le impidió seguir desarrollando ese lado positivo, al separarlo de los intelectuales que le aconsejaban; y su nacionalismo quedó probado porque su vuelta al país fue para unirlo en contra de una posible intervención norteamericana.
Durante el juicio, la gente mostraba simpatía por el desventurado general y aplaudía sus intervenciones. Escribe Víctor Gutiérrez Rosas (El Fusilamiento del General Felipe Ángeles):
“A lo largo del interrogatorio, varias veces se abordó el tema de la Constitución de 1917, a la que Ángeles criticaba ciertos aspectos. En una de esas ocasiones los aplausos volvieron a estallar.
Las reformas –dijo Ángeles- me parecen…muy buenas. Las leyes deben reformarse conforme lo necesita el pueblo. Y con respecto a la Constitución de 57, quizá necesitaría esas reformas; pero me ha parecido mal la manera como las han hecho. Quiero manifestar en este momento una evolución de mi mentalidad: en Aguascalientes, yo me sorprendí de que muchos fueran socialistas. El socialismo es un movimiento general en todo el mundo -y de respetabilidad- que no podrá ser vencido. El progreso del mundo está de acuerdo con los socialistas. Cuando yo me fui a los Estados Unidos comencé a estudiar el socialismo. Vi que en el fondo es un movimiento de fraternidad y de amor entre los hombres de las distintas partes del Universo. La fraternidad será un movimiento, como lo ha sido, que ha impulsado a la sociedad, por siglos y siglos, hacia el bienestar de las masas. ¡Esas masas que se debaten en sus luchas! ¡Esas muchedumbres, que son muchedumbres en todas partes! i El pobre se ve siempre abajo! iY el rico poco o nada se preocupa por el necesitado!... ¡Por eso protestan las masas; por esa falta de igualdad en las leyes! Es por lo que se lucha. Un comunista austriaco ha probado que si todos los hombres del mundo trabajaran solamente tres horas diarias, habría mucha más riqueza; pero resulta que unos son los que trabajan y otros los que comen bien...
Un nuevo aplauso atronador estalló en la sala. Reinaba un ambiente de expectación al escuchar las palabras del acusado. El teatro estaba lleno a reventar y había gente de todas clases sociales. Las personas ilustradas se veían unas a otras con sorpresa. El pueblo, que había sufrido largos años de lucha y que sólo había escuchado promesas incumplidas, no razonaba: aplaudía rabiosamente.
¡Ángeles haciendo profesión de fe socialista!
¡Esos aplausos -dijo-- no son para mí! Lo son para el socialismo. Para las ideas de fraternidad y de amor que fueron las que en un principio animaron a los convencionistas de Aguascalientes y a los mismos constitucionalistas que trataron de unir los intereses de la Nación, de las distintas clases sociales del país, y cimentar la Ley en principios de equidad y de justicia; pero se impusieron las pasiones; la ignorancia de nuevo oscureció las inteligencias, y yo confieso firmemente que a eso debemos todos los males que en estos momentos agobian a la Nación.
El constitucionalismo -continuó el acusado-- me ha imbuido en esta ruta. Tuvo principios buenos, principios de un socialismo puro, que son buenos para este pueblo que necesita mucho de la luz de la ciencia y de la verdad, porque no hay que negarlo: nuestra sociedad es instruida a medias y tiene una educación afeminada.
La gente se ocupa tan sólo en adquirir los medios para vivir y por adquirir un título con el cual se cree salvaguardada; pero la vida tiene muchos escollos y el hombre debe ser hombre primero, después padre -o madre, según el sexo- y sentir deberes para con la sociedad a la cual debe honor y respeto. En la educación de nosotros falta lo principal: principios sólidos para la vida, educación interior, que es la que hace a los hombres grandes. Si en esta revolución se cometen errores, es porque toda la educación se limita a una verdadera fórmula. El pueblo bajo vive en la ignorancia y nadie se preocupa por su emancipación. El hombre intelectual, naturalmente tiene que apartarse de él. Esa diferencia ha hecho nacer el odio de los que no saben contra los que saben; de los que no tienen contra los que tienen; por ese odio ha nacido tan solo del corazón de los ignorantes o de los ambiciosos, o de' los que teniendo cierta capacidad intelectual, se han valido y han explotado la ignorancia de las masas para satisfacer sus ambiciones y sus deseos desordenados. Si los hombres inteligentes de México hubieran tomado una parte activa y directa en esta lucha, la revolución no hubiera sido tan anárquica. Hubiera terminado pronto...
Las malas pasiones no se engendran sino por la falta de educación y si -como he dicho-- los hombres no tuvieran una educación afeminada, la evolución se hubiera realizado ya; pero actualmente los hombres -entre ellos los licenciados, los médicos, etc.- no tienen más que su título. Se preocupan sólo por vivir, sin prestar un servicio efectivo a su país.
Si los hombres intelectuales hubieran seguido una causa noble, ésta hubiera triunfado y tendría que sostenerse por ser la causa de la inteligencia.
Ahora recuerdo que Villa dijo en cierta ocasión que llegamos a un pueblo:
‘General: pues ya ve. No nos siguen más que puros vaqueritos. Así es que tendremos un gobierno de puros vaqueritos... ‘
Bueno sería -dije yo-- y divino resultaría ese gobierno...
Y eso es lo que pasa: los constitucionalistas están como están por no llamar, para resolver los problemas nacionales, a los hombres inteligentes del país. Pero no: se les destierra, se les mantiene en el extranjero, se les impide la vuelta a la patria y se les odia. ¡Por eso están como están!
El caudillaje es otro de los peligros, y muy malo, que ha reducido a nuestro pueblo al estado en que hoy se halla. Todo mundo sigue a un caudillo y lo apoya, no a los principios...
En mis prédicas no he dicho nada contra la Constitución. Yo he predicado la fraternidad; he predicado una doctrina de conciliación y de amor. La gente muy poco entiende de eso. Por desgracia, nuestro pueblo no está aún en la época en que deba hablársele de otra cosa que de lo contrario a todo lo que sea odio y venganza. Por eso su infelicidad. Por eso se preocupa muy poco por analizar el espíritu de las leyes que nos rigen; por cómo aprender, cuando menos, los deberes y los derechos que le asisten. Para que el pueblo mexicano sea feliz es menester que él quiera serlo; es necesario que cada uno se preocupe por su mejoramiento; que, de corazón, tenga iniciativa propia, que hable por sí mismo...
Villa decía una vez: -‘Nosotros estamos luchando por la conveniencia de ustedes’. Pero el pueblo entiende muy poco de estas cosas. La democracia también consiste en que cada uno se baste a sí mismo para que, en unión de los demás, pueda ser libre y -por tanto- disponer de libertad en su gobierno, en sus hechos, en su vida propia.
Me han dicho que yo he hablado en contra de la Constitución y de las demás leyes que actualmente rigen al pueblo; pero eso no es cierto. A la gente no puede decírsele eso, primero, porque no entiende; después, porque no comprende el espíritu verdadero de cómo uno lo hace, y eso es sembrar odios en su corazón, que ni ellos mismos saben a quién se deben. Yo he dicho únicamente que las leyes deben ser la expresión de la voluntad y de la conveniencia de todo un pueblo y que para eso es necesario que los diputados que van a hacer esas leyes vayan instruidos sobre lo que deben hacer; que sean los mismos que los eligen los que les llamen la atención sobre lo que necesitan para el provecho común; que se necesita construir esta presa, ampliar aquellas calles, fomentar tales o cuales espectáculos, etc... pero ha sucedido que en un pueblo, quienes lo habitan no saben siquiera quién es su diputado...
Ángeles hizo una pausa y el General Gavira, Presidente del Consejo, aprovechó la oportunidad para dirigirle una nueva pregunta:
-General Ángeles: de acuerdo con la Liga Liberal, ¿no persigue usted la caída del gobierno?
-¡No! -replicó el acusado-. Yo predicaba la fraternidad, la unión entre los distintos elementos del país; porque presumía que después de la guerra en que están envueltos los Estados Unidos, tomarían estos algunas disposiciones contra México. La prédica que yo hacía era en mi nombre propio, por mí mismo y sin estar influenciado por nadie. Yo he enseñado, como maestro que he sido toda mi vida; yo he predicado la igualdad social, pues nada más desastroso que tamañas desigualdades. Los unos trabajan y no comen... ¡Y los otros se mueren de tanto comer!
Ángeles siguió hablando casi sin interrupción. A preguntas del General Gavira relató sus andanzas con Villa desde su regreso al país, su lucha contra el guerrillero, al que trataba de humanizar, las batallas que presenció, ya que él no tenía mando de fuerzas.
Al fin el General Gavira consideró que ya no tenía nada que preguntar y pidió a los Vocales del Consejo que interrogaran al acusado. Estos se abstuvieron de hacerlo. No tenían nada que preguntar. En vista de eso, tocó su turno al Agente del Ministerio Público, General y Licenciado Víctores Prieto. Si los vocales, generales Acosta, Peraldi, García y Escobar, no tenían preguntas que hacer, el Agente del Ministerio Público -abogado además de General- estaba dispuesto a lucirse.
Fue un interrogatorio corto, agresivo. Ángeles respondió con entereza, a veces en forma tajante, haciendo que el enemigo se batiera en retirada, derrotado en aquella esgrima-oratoria.
Le preguntó el Agente del Ministerio Público cuál era su manera de pensar.
Ángeles contestó:
‘En el sagrado hogar del alma -o sea la conciencia- nada ni nadie debe entrar’.
Habló a continuación largamente. Se extendió en consideraciones filosóficas y terminó diciéndole al Agente del Ministerio Público que -con profundo respeto-. ¿Qué podía importarle lo que él pensara, ya que tenía que basarse en hechos concretos y no en pensamientos para acusarlo?
Ángeles sabía que todo era inútil. Todo aquel aparato del Consejo de Guerra extraordinario había sido montado con un solo fin: condenarlo a muerte. Así lo manifestó al licenciado Víctores Prieto.
‘Cuando estuve en Aguascalientes, en la Convención, -dijo al final del interrogatorio- sufrí más de lo que sufro actualmente...
‘Sé que me van a matar; pero también sé que mi muerte hará más por la causa democrática, porque la sangre de los mártires fecundiza las grandes causas. La gente que me escucha sabe que se me acusa de ser un hombre perverso; pero ella me comprende... ‘
A pesar del clamor de la concurrencia que en la sesión pidió su perdón, se le condenó a muerte por el delito de rebelión. Durante la tarde, comisiones de damas y de extranjeros trataron inútilmente de entrevistarse con el general Manuel M. Diéguez para solicitar el indulto. La defensa solicitó amparo a la Suprema Corte de Justicia, la que contestó que se debía dirigir al juez del Distrito de Ciudad Juárez. En la capital de la República, en la Cámara Baja, el diputado Alfonso Toro fracasó en hacer que se tratara el indulto de Ángeles, que se turnó burocráticamente a comisiones. Carranza tampoco se ocupó de las peticiones de indulto.
Ángeles rechazó confesarse antes de su muerte, pues aunque cristiano, no estaba de acuerdo con la Iglesia Católica: “Mejor que un confesor, debería estar aquí un psicólogo, que estudiara en provecho de la humanidad, los últimos momento de un hombre que teniendo amor a la vida, no teme perderla.”
Después dictó una carta y más tarde otra más, dirigida a su esposa Clarita, que concluyó así: “He tenido hasta ahora ternura y amor infinito por la humanidad y para todos los seres del universo. Desde este instante, mi ternura, mi amor y mi recuerdo serán para ti y para nuestros cuatro hijos”.
Antes de ir al patíbulo, el general José Gonzalo Escobar, miembro del jurado que lo había condenado, le solicitó le escribiera un pensamiento. Por su parte, Ángeles pidió como gracia a sus verdugos que el pelotón tuviera ya las armas listas y que disparara en cuanto llegara. Otra versión fue que pidió se le concediera ordenar él mismo su fusilamiento. Así se hizo a las seis de la mañana del 26 de noviembre de 1919 en el cuartel del 21ª Regimiento de Caballería de Chihuahua. El jefe del pelotón, teniente Ramón Ortiz, o el mismo general sólo ordenó: ¡Fuego!
Así murió "el único alto oficial del ejército federal que se unió a las fuerzas revolucionarias y también uno de los muy pocos generales mexicanos, fueran federales o revolucionarios, que era a la vez un intelectual en el más amplio sentido del término... Además era uno de los muy pocos militares que gozaban tanto de prestigio nacional como de popularidad en gran parte del país. Ante todo, fue uno de los pocos ideólogos que produjo la revolución."(Katz, ya citado).
Dos días después de la muerte de Ángeles, Villa atacó la guarnición carrancista de Santa Rosalía y mató a todos sus integrantes.
“Valía más que se muriera
la mañana que murió,
eso decían dondequiera
y eso mismo digo yo”.
El 15 de noviembre de 1941, Felipe Ángeles fue nombrado Hijo Ilustre del estado de Hidalgo, su entidad natal.