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El período posclásico temprano (900-1168)

Los cambios ocurridos tras el colapso del sistema teotihuacano (ca. 600), después del abandono de Monte Albán (ca . 750) y de las guerras de exterminio protagonizadas por las ciudades mayas de la selva (800-900), no condujeron a transformaciones tan profundas como para que podamos hablar de un nuevo tipo de civilización en el Posclásico (900-1521). Quizá uno de los procesos más complejos y aun dramáticos ocurridos después del Clásico haya sido la reubicación de la población: al menos 80% de los teotihuacanos abandonaron su ciudad, durante el siglo VII, para vivir en villas de menor tamaño o para emigrar al Golfo de México y hacia el istmo centroamericano. En el siglo IX, linajes enteros de mixtecos salieron de las montañas rumbo a la meseta central y buena parte de la población maya abandonó la selva. Migraciones similares a éstas continuaron durante el Posclásico temprano (900-1168).

Los movimientos de población no sólo obedecían a las crisis políticas, estaban relacionados con nuevas estrategias de colonización, con nuevas alianzas entre señoríos y con proyectos para consolidar ciertas rutas y flujos comerciales. Finalmente, dichos movimientos tenían también que ver con el crecimiento absoluto de la población. Sin un repunte demográfico no se explicarían las copiosas migraciones mixtecas al norte y al sur, ni la proliferación sin precedentes de ciudades en el Valle de México durante el Posclásico. En general, en este periodo hubo muchas más ciudades en Mesoamérica que en las etapas anteriores (con la sola excepción de la zona selvática del área maya). También la urbanización del espacio y la construcción de grandes obras hidráulicas y defensivas vivió un momento de auge en el Posclásico.

La guerra, que había provocado la caída de Teotihuacán y de las ciudades mayas, permaneció como una constante en la historia de los últimos siglos de Mesoamérica. Hay claras pruebas de violencia en los días del declive de Teotihuacán y en la etapa final de muchas ciudades mayas. Lo que se analiza aún son las motivaciones de esa violencia. ¿Fueron las ciudades medianas de la periferia teotihuacana, como Xochicalco o Cacaxtla, o la propia Cholula, las que desafiaron el poder de una metrópoli que no las dejaba crecer? ¿Había, entre los mayas, una competencia por el suelo agrícola disponible en las márgenes de los ríos? Hubo ciudades que fueron conquistadas cuatro o cinco veces, por distintos enemigos, a lo largo de un siglo.

Las alianzas se celebraban con la misma frecuencia que se traicionaban y hubo intervalos de décadas con gran inestabilidad. Se acentuaron la presencia del ejército en la vida pública y la cultura sacrificial que acompañaba las campañas militares. Además surgió un nuevo tipo de pequeños señoríos, con propiedad de la tierra y trabajadores serviles, debido a la necesidad de premiar a los jefes militares tras las conquistas.

Mucho de lo que ocurría en el Posclásico tenía que ver con un nuevo acomodo de ingredientes viejos, pero también podemos observar un factor que no se había visto antes en la demografía y en la política de Mesoamérica: la invasión de pueblos mesoamericanos marginales, procedentes de las montañas y de las zonas semiáridas del norte: los chichimecas. (Hay dos opciones para la etimología de la palabra nahua "chichimeca": una es "linaje de perro" y la otra "la gente del mamadero", en el sentido, quizá, de lugar de origen).

 

Los chichimecas

En la Sierra Madre Occidental y en el Bajío había pueblos de agricultores que tenían un patrón de ocupación bastante disperso y poblaban villas de mediana magnitud.

En éstas había muros defensivos, algunos palacios y pequeñas pirámides; todo ello de una escala menor a la observada en otras zonas de Mesoamérica. Muchos habitantes de esta franja septentrional eran nahuas, aunque también había algunos purépechas y otomíes. Los nahuas del Valle de México, acostumbrados a la agricultura intensiva y a sus excedentes, a la producción artesanal a gran escala y a la complejidad de una sociedad de clases y estamentos, veían a sus parientes del norte como serranos rústicos. Solían llamarlos chichimecas. Lo más probable es que el flujo migratorio de estos chichimecas hacia el sur haya estado siempre abierto. Teotihuacán debe de haber sido un centro receptor, capaz de integrar a los migrantes a la vida productiva metropolitana sin que lo impidieran las diferencias culturales. Pero cuando Teotihuacán perdió más de 80% de su población, y sus principales edificios, templos y palacios fueron incendiados (hacia el año 600), los grupos procedentes del norte empezaron a cobrar una visibilidad que no habían tenido antes. Incluso es probable que la población que se detecta en Teotihuacán después de la crisis esté formada ya en su mayor parte por grupos de chichimecas. Estos pobladores que se asentaron en Teotihuacán después del año 600, ocupaban sólo algunas porciones de la antigua ciudad; no producían obras monumentales ni se les puede atribuir la construcción de algún palacio o la ejecución de pintura mural. Utilizaban vasijas irregulares, de decoración muy simple, que se conocen con el nombre de cerámica Coyotlatelco. La hipótesis más firme sostiene que dicha cerámica es originaria del Bajío: se trata de la rústica cerámica de los chichimecas de Querétaro y Guanajuato.

Tula y su entorno

Entre el año 600 y el 700 los chichimecas que se habían asentado en Tula ocuparon los pequeños montes que hay en el lugar. Como señas de su identidad septentrional tenemos no sólo la cerámica Coyotlatelco, sino además una arquitectura que se valía de pórticos con columnas y una técnica para elaborar esas columnas, consistente en la formación de círculos consecutivos de lajas que se fijan con la arena y la cal de la mampostería. Dichos pórticos tienen su antecedente en sitios serranos de Zacatecas, como La Quemada y Altavista.

Entre el año 900 y el 1168 tiene lugar el esplendor de la ciudad de Tula. Es muy probable que en el inicio de esta nueva etapa se haya verificado una alianza entre los chichimecas que habían creado este centro de población y grupos de tradición teotihuacana que habían permanecido en el valle, refugiados en localidades como Azcapotzalco o Culhuacán. Las fuentes llaman nonoalcas a estos herederos de Teotihuacán, descendientes de los linajes que habían gobernado la antigua ciudad. Para el año 900, cuando ocurrió la alianza entre chichimecas y nonoalcas, Teotihuacán había sido definitivamente abandonada y Tula era el centro urbano más importante del área del Valle de México. Durante 300 años, esta nueva ciudad impulsó un sistema de intercambio a larga distancia, alianzas y conquistas, similar al que había tenido Teotihuacán. El centro de Tula llegó a tener numerosas plataformas, enormes palacios, juegos de pelota y un repertorio escultórico muy notable por su realismo y su monumentalidad.

La presencia de espejos de pirita y piezas de turquesa también nos habla de un nexo con la tradición serrana de la antigua Cultura Chalchihuites y con el lejano suroeste de Estados Unidos. La llamada Cultura Chalchihuites floreció durante el periodo Clásico, pero sus manifestaciones continuaron, al parecer, hasta el Posclásico temprano. Esta cultura abarcó parte de Nayarit y Jalisco; sobre todo, Zacatecas y Durango.

Pero además de sus rasgos de origen montañés, Tula tuvo las características de las grandes ciudades mesoamericanas, gracias a la adaptación de los chichimecas y a la contribución tecnológica de los nonoalcas. Los meandros de los ríos próximos permitieron a los toltecas (chichimecas y nonoalcas unidos) trazar una vasta red de canales de riego, que facilitó la alimentación de una ciudad de 16 km 2 con 80 000 habitantes.

Los toltecas, los comerciantes y los mayas

Desde el año 700 habían llegado a la meseta central algunas manifestaciones culturales de origen maya. No parece que hayan sido los mayas mismos quienes emprendieran largas migraciones, sino más bien grupos de mercaderes, sobre todo de la zona de la Chontalpa, en el actual Tabasco, quienes se movían de norte a sur para hacerse cargo de las rutas de comercio abandonadas por Teotihuacán.

El término más empleado en las fuentes y en la historiografía para referirse a estos grupos de Tabasco que se movilizaron en pos de un ambicioso proyecto comercial es el de putunes (singular putún ). Su ciudad más importante parece haber sido el puerto de Potonchán, Tabasco, un sitio privilegiado: en la llanura, frente a la Bahía de Campeche y en la desembocadura del Usumacinta, conexión natural con los reinos mayas de la selva. Además, los putunes ocupaban la ciudad de Xicalanco y tenían una alianza con Champotón, en la costa de Campeche.

Es muy probable que estos poderosos grupos de mercaderes putunes hayan auspiciado migraciones y hayan contribuido a poner en movimiento algunos contingentes de artistas y otros especialistas de los señoríos mayas del interior. Su estrategia de formación de rutas y enclaves parece haber incluido las alianzas entre diferentes etnias.

Los putunes también penetraron en la península de Yucatán, en migraciones sucesivas, y parecen estar relacionados con el florecimiento del llamado Estilo Puuc y con la historia de ciudades como Uxmal, Kabah, Sayil, Labná y Dzibilchaltún. El culto muy notable al dios de la lluvia (Chaac, equivalente al Tláloc nahua) y la máscara con la cual se le representó en las ciudades Puuc (con gafas, narigudo y colmilludo) serían un indicio de esa influencia foránea de la que cabe responsabilizar a los putunes. Chichén Itzá recibió al menos dos migraciones de putunes que fueron decisivas en su historia. Entre el año 750 y el 900 llegaron los contingentes de la primera migración y condujeron a Chichén Itzá, entonces todavía llamada Uucil Abnal, a su primer auge. Fue en ese lapso cuando se construyó la arquitectura de Estilo Puuc.

En el siglo X un nuevo grupo de putunes llegó a Chichén Itzá y su presencia motivó un cambio de gran magnitud en el aspecto de la ciudad. Este grupo corresponde a lo que las fuentes escritas denominan "itzaes"; fueron ellos quienes cambiaron el nombre a la ciudad, la llevaron a su máximo esplendor y la convirtieron en centro hegemónico de la península.

Los itzaes habían permanecido durante un tiempo prolongado (quizá un siglo) en la Meseta Central, ocupándose de administrar uno de los puertos fundamentales de la red de rutas comerciales: la evidencia arqueológica y más exactamente, la arquitectura y la escultura de Chichén Itzá nos obligan a pensar que los nuevos inmigrantes procedían de Tula. Los itzaes duplicaron la extensión del área ceremonial de la antigua Uucil Abnal, con la adición de un impresionante conjunto de edificios cuya característica más sobresaliente es la de haber hecho una réplica del centro ceremonial de Tula. Por más que se haya querido minimizar el hecho en algunas obras históricas recientes, la afinidad existente entre Tula y el Chichén Itzá Nuevo es impresionante, es un caso raro en la historia, que sólo puede explicarse si los constructores de una de ellas conocían la otra.

El sentido de la influencia ha sido tema de discusiones (quién "copió" a quién). Las evidencias señalan que la dirección de la influencia, en este caso, va de norte a sur, así como en el caso de Cacaxtla va de sur a norte. Tres son los argumentos principales: en primer lugar, que las tradiciones históricas de Yucatán registran la presencia de advenedizos y señalan a los itzaes como invasores. En segundo lugar, la iconografía de la etapa itzá de Chichén es consistente con temas y énfasis propios del centro de México; tal es el caso de la gran importancia de la serpiente emplumada. Finalmente, algunos de los elementos que aparecen en Chichén Itzá y en Tula tenían antecedentes en la zona de la Sierra Madre Occidental, región de la cual procedían los toltecas.

Chichén Itzá, en fin, no debe verse como una conquista tolteca, como un enclave, sino como una de las ciudades que, desde fines del Clásico, fueron fundadas o fortalecidas por etnias mercantes, más o menos ligadas a diferentes tradiciones regionales.

Tula y el linaje de Quetzalcóatl

Hoy sabemos que el nombre de Tula (Tollan, en náhuatl) se utilizó para varios sitios que tenían en común ser importantes ciudades cuyos linajes gobernantes remontaban su origen a Quetzalcóatl y tenían la capacidad para ungir y confirmar en el poder a príncipes de ciudades menores. (Tollan significa, literalmente, lugar de tules. Podría ser una metáfora para aludir a la aglomeración de gente de un centro urbano, debido a que los tallos del tule crecen en grupos compactos, o bien podría tratarse de una referencia a un lugar "paradisiaco" original, en el que floreciera aquel tipo de vegetación lacustre). Hay indicios suficientes para afirmar que la que hoy conocemos como Tula, en el estado de Hidalgo, fue una de las Tulas de la historia nahua: Tollan-Xicocotitlan. También fueron Tula las ciudades de Culhuacán, Cholula y México-Tenochtitlan. Sin duda hubo otras que recibieron ese nombre; es muy probable que la más antigua haya sido Teotihuacán, primera gran metrópoli nahua y cuna del culto a Quetzalcóatl como serpiente emplumada.

En la Tula de Hidalgo se consolidaron y enriquecieron las principales ideas y símbolos ligados a la ciudad sagrada y a su linaje divino; ésta parece haber sido la Tula más célebre de Mesoamérica. Cuando los nahuas hablan, en las fuentes coloniales, de un rey divino llamado Quetzalcóatl, de su apoteosis y caída y de la magnífica ciudad que se vio obligado a abandonar, están hablando de Tula, la de Hidalgo. Pero es importante subrayar que esta Tula debía parte de su prestigio y poder al hecho de haber recibido, en su fundación, la alianza de un contingente de linajes de origen teotihuacano, los nonoalcas y que al sucumbir Tollan-Xicocotitlan, entre sediciones y ataques, no murió la idea de Tula.

La réplica del centro ceremonial de Tula ejecutada en Chichén Itzá es un testimonio del prestigio alcanzado por la metrópoli nahua y de la extensión, más allá de fronteras étnicas, de algunas de sus ideas y símbolos: como el lugar central de Quetzalcóatl y su séquito de guerreros águilas y jaguares capaces de alimentar al Sol. O la enorme importancia del juego de pelota, entre los rituales del Estado.

Tula y los mixtecos

Los mixtecos del Posclásico conocían a Quetzalcóatl con el nombre de Nueve Viento y lo consideraban fundador de las dinastías de varias de sus ciudades. En sus códices se refieren a Tula y aluden a gobernantes de aquella ciudad y a un supremo sacerdote al cual representan con atavíos de Quetzalcóatl.

El más ambicioso de los reyes de la Mixteca, Ocho Venado-Garra de Jaguar, de Tilantongo, estableció una alianza con los señores de Tula, justo cuando empezaba el ascenso de su carrera política y militar. Realizó una conquista en nombre de los toltecas y les entregó a los prisioneros de aquella guerra para que los sacrificaran. Después de haber prestado este servicio al señor tolteca, Ocho Venado acudió a la ciudad de Tula, cuyo gobernante, Cuatro Jaguar, le perforó el tabique nasal, le colocó una insignia y le otorgó así el rango de tecuhtli o señor supremo de su reino.

Por la fecha en que estos acontecimientos tuvieron lugar, el año 1045, y puesto que se indica en los códices que los señores de Tula son nahuas, lo más probable es que esa poderosa ciudad, cuyo rey tiene tanto poder como para otorgar reconocimiento a un gobernante de otra etnia y región, sea Tula, la Tula del actual Hidalgo. Contando con el reconocimiento del señor de Tula, y con sus propias estrategias y alianzas en la sierra Mixteca, Ocho Venado intentó construir un imperio en la Mixteca, pero al cabo de los años el proyecto no prosperó y prevaleció el panorama de decenas de reinos dispersos que continuó hasta la Conquista española.

En cuanto a la crisis y el abandono de Tula, las fuentes históricas y los datos de la arqueología coinciden en situarlos en el lapso transcurrido entre 1150 y 1200. Igual que en el caso de Teotihuacán, hay indicios de guerra e incendios en los últimos días de la ciudad. Uno de esos incendios destruyó el palacio que se encontraba a los pies de la pirámide de Quetzalcóatl. Las fuentes históricas coloniales dicen que algunos grupos de toltecas se refugiaron en la ciudad de Culhuacán, en la ribera del lago de Tetzcoco (Texcoco). Allí mantuvieron vivo el linaje de Quetzalcóatl que eventualmente transmitirían a los mexicas. Pero otro contingente pasó al Valle de Puebla-Tlaxcala y se estableció en la ciudad de Cholula.

Es una lástima que la información arqueológica sobre Cholula sea tan precaria, pero los datos que existen y las versiones de varias crónicas indican que fue un centro muy importante. Aliado o socio comercial de Teotihuacán, sobrevivió a la crisis de esta última y vio su vida prolongada hasta la época de la Conquista española. Al ser ocupada por los olmecas y xicalancas (hacia el año 800), Cholula recibió ingredientes culturales de las tradiciones mixteca y maya. Los linajes toltecas que se refugiaron en Cholula, alrededor del año 1150, convivieron por un tiempo con los olmecas y xicalancas, y luego entraron en conflicto con ellos, los expulsaron y se hicieron del poder.

Cholula y la Tradición Mixteca-Puebla

La comunicación entre Cholula y Teotihuacán fue estrecha, y una parte de la población teotihuacana se refugió en Cholula tras el colapso de su ciudad. Hacia el año 800, Cholula recibió la invasión de los olmecas y xicalancas, que ya se habían hecho fuertes en Cacaxtla. Durante la etapa del dominio olmeca y xicalanca, Cholula mantuvo relación con Tula y participó de sus redes de comercio, como lo indica la presencia en las ruinas de la ciudad poblana de las cerámicas Coyotlatelco, Mazapan y Plumbate.

Entre los años 1100-1200, nutridos contingentes de toltecas abandonaron su ciudad y se refugiaron en Cholula, como lo habían hecho antes los teotihuacanos. Después de unos años de convivencia pacífica pero subordinada a los señores olmecas, los toltecas se hicieron del poder y llevaron a Cholula a su momento de mayor esplendor, que duraría hasta la época de la Conquista española. Además de haber sido sitio de paso y refugio de diferentes grupos, y en parte por ello, Cholula fue un lugar de encuentro de tradiciones artísticas y parece haber tenido un papel crucial en la mezcla de dichas tradiciones que caracterizó al arte ceremonial y a la cultura cortesana del Posclásico.

Alrededor del año 1000 empezaron a fabricarse en Cholula los tipos de cerámica que conocemos como policroma mate y policroma firme y que son los materiales más antiguos de la llamada Tradición Mixteca-Puebla, un acervo pictórico (con algunas expresiones en bajorrelieve, joyería y otros medios) que fue predominante en las expresiones artísticas del Posclásico tardío en toda Mesoamérica.

Se ha hablado de la Tradición Mixteca-Puebla como el "estilo internacional" del Posclásico mesoamericano y hay buenas razones para ello. Al menos durante los últimos 200 años de la historia de Mesoamérica, se realizaban obras dentro de las convenciones Mixteca-Puebla en el Valle de Puebla-Tlaxcala, en las Mixtecas y el Valle de Oaxaca, en los valles y cañadas de Toluca, México y Morelos, en Guerrero y Michoacán. Además, encontramos modalidades locales o adaptaciones del estilo y la iconografía Mixteca-Puebla en la pintura mural de Tamuín (San Luis Potosí), en la cerámica de Amapa (Nayarit), y en la pintura mural de Tulum (Quintana Roo) y Santa Rita (Belice). Incluso en la cerámica de Costa Rica se aprecia una fuerte influencia de la Tradición Mixteca-Puebla.

Mixteca-Puebla. El hecho mismo de que casi todas las regiones de Mesoamérica hayan compartido un sistema de formas y símbolos es muy significativo. Es importante, además, observar el trasfondo histórico de ese hecho cultural: para tener en común un repertorio de vasijas, decoraciones arquitectónicas, mosaicos de turquesa, objetos ceremoniales de hueso, madera y cuarzo, era preciso, en primer término, que los reinos mesoamericanos participaran activamente en una misma red comercial.

Los códices pictográficos hablan de ese universo común de la política, la historia y la religión del Posclásico: las secuencias podían expresarse lo mismo en mixteco que en náhuatl, en otomí, en purépecha o en otras lenguas; utilizaban las mismas convenciones para hablar de guerra y sacrificio, de alianzas políticas y matrimonios, de los ciclos de los astros, de los nombres de los días y de dioses muy similares.

Por los códices pictográficos se tiene noticia de las alianzas matrimoniales que emparentaron a los nobles de la Mixteca Alta con los de la Mixteca Baja y el Valle de Puebla-Tlaxcala. En los códices de la Mixteca Alta aparece Tula y también el sacerdote de Quetzalcóatl que vivía en aquella ciudad. Uno de los hechos que subyace en la unificación ceremonial y cortesana bajo la tradición Mixteca-Puebla es el acercamiento de las élites, que buscaban fortalecerse mutuamente y construían una ideología común. La importancia de la ciudad de Tula en sus respectivas historias, la presencia del hombre-dios Quetzalcóatl, la práctica de la confirmación del mando en un reino que funcionaría como capital fueron rasgos de una ideología tolteca, que unificaba también a las élites del Posclásico. ¿Tuvo la ciudad de Tula (Tula, Hidalgo) un papel preponderante en la elaboración de las ideas políticas y religiosas que darían soporte al poder durante el Posclásico? ¿Y llevó Cholula la batuta en lo tocante a la consolidación cultural, artística, de ese vínculo que unía a los nobles en el Posclásico? Probablemente. En todo caso parecería que las noblezas mesoamericanas habían aprendido la lección de la crisis teotihuacana. Preferían favorecer un apoyo común, antes que disputarse sólo el poder regional.

 

 

 

Fuente: Nueva historia general de México, fragmento (Pablo Escalante Gonzalbo)

 

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