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La Organera-Xochipala

Uno de los sitios urbanos más representativos de la cultura mezcala durante el Epiclásico (650/700-900/1000 d. C.) es La Organera-Xochipala, que se erige sobre una de las estribaciones de la Sierra Madre del Sur, a escasos tres kilómetros del poblado de Xochipala, en el municipio de Eduardo Neri (antes Zumpango del Río).

Esta zona arqueológica forma parte de un sistema de asentamientos con arquitectura mamposteada que se distribuye sobre los filos montañosos que se desprenden de la meseta de Xochipala, los que en conjunto conforman "ciudad discontinua". Tal dispersión se ha interpretado como la necesidad de dejar libre la extensión mayor de tierras cultivables de la meseta, conocida como El Llano, pues seguramente constituyó y aún ahora constituye el granero de la sierra.

La Organera-Xochipala, cuyo nombre significa "la flor que pinta de rojo", se construyó sobre uno de estos filos en sentido norte-sur, para lo cual se modificó la inclinada topografía del terreno por medio de cortes y rellenos artificiales con objeto de crear terrazas a varios niveles, sostenidas y cubiertas con robustos muros en talud, a las que se dotó con un sistema de infraestructura hidráulica: depósitos para almacenar y distribuir agua y una red de drenajes ocultos. Los edificios se construyeron en medio de las terrazas o se situaron alrededor de plazas y patios, comunicados por pasillos y numerosas escaleras.

En su sector norte, escasamente excavado, se localizan varias estructuras, como un juego de pelota y los montículos más altos que rodean dos patios hundidos, a uno de los cuales se accede mediante un pasillo techado con bóveda falsa. En el sector sur se han liberado treinta estructuras. Entre ellas sobresalen tres géneros arquitectónicos que se replican en toda la región Texcala: los edificios techados con bóveda falsa, posibles cámaras funerarias; los basamentos para templos, con muros en talud y tablero decorado con hileras de piezas circulares conocidas como clavos, y las estructuras palaciegas o palacios porticados, con pilares de planta cuadrangular o rectangular en la fachada, columnas de planta circular formadas con segmentos cilíndricos en su interior y techos planos. Estos últimos se reproducen con gran maestría en las maquetas arquitectónicas de estilo mezcala.

El estudio de más de treinta mil fragmentos de cerámica indicó que casi en su totalidad fue de manufactura local; la mayoría fue utilitaria en forma de cajetes y ollas elaboradas con diferentes arcillas o como cántaros y tinajas blanco granular, que en mucho recuerdan a las que todavía se elaboran en Tulimán, Guerrero. La minoría fue modelada con finas arcillas y cubierta con engobe bien pulido, en tonos rojos, naranja o negros unas cuantas con bellos motivos incisos- y otras en que se continúa la vieja tradición de cubrirlas con engobe jaspeado, de aplicación imperfecta.

Las herramientas fueron abundantes, fabricadas con diversas piedras pulidas en forma de hachas, cinceles, plomadas, azuelas, metates y manos de metate. Las de obsidiana, como navajillas y puntas de proyectil, en cambio, fueron escasas, pues este vidrio volcánico no existe en Guerrero con la calidad que se requiere para tallarlas y debió de ser traído de regiones lejanas de Michoacán, Veracruz o Hidalgo.

Las costumbres alimentarias de los antiguos pobladores de la zona quedaron atestiguadas por numerosos desechos de huesos de animales, principalmente de venado y liebres, y en menor número de pecarís, aves, peces y otros más. Las conchas de caracoles y moluscos bivalvos algunas trabajadas como adorno indicaron su procedencia mayoritaria del Pacífico, aunque también las hubo del Golfo o el Caribe.

Al decaer el sitio (hacia 900/1000-1100/1200 d. C.) varios de sus deteriorados edificios fueron reocupados, ya no por la sociedad dominante sino por un reducido grupo de personas que vivieron modestamente en su interior o que los utilizaron como granero. Más tarde la zona fue abandonada por un lapso de doscientos años y, por último, fue ocupada nuevamente después de 1400 d. C., como atestiguan los escasos tiestos de cerámica azteca encontrados en cuartos levantados sobre plazas y patios, pues para entonces los edificios del Epiclásico estaban totalmente derruidos y cubiertos con una espesa capa de tierra.

Los restos humanos fueron muy escasos, pues sólo se recuperaron tres esqueletos, pertenecientes a un anciano, un joven y un niño. Los restos botánicos, en cambio, fueron excepcionalmente abundantes pues se excavaron cerca de dos metros cúbicos de mazorcas de maíz, que se preservaron en excelentes condiciones por haberse quemado. En el análisis de más de quinientas mazorcas se lograron identificar diversas variedades, siendo tres de ellas las más numerosas: tabloncillo, zapalote chico y bolita, resaltando que la última, a la que se suponía reciente, resultó ser prehispánica. En piedra verde se elaboraron numerosas cuentas de collar y otros adornos, pero sin duda uno de los hallazgos más significativos en la Organera-Xochipala es la localización de tres figurillas de cuerpo entero y tres cabecitas de estilo mezcala in situ, en clara asociación con edificios del Epiclásico, edad corroborada con doce fechas de radiocarbono.

Fuente: Guerrero Travel

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